Hace unas semanas platicaba con una amiga sobre el matrimonio, el divorcio, relaciones monógamas largas en general y cuestiones relacionadas. Nos preguntábamos si ¿Era mejor casarse jóvenes o ya mayores? ¿Los matrimonios arreglados -y con consentimiento- son más duraderos por cuestiones culturales -divorcio poco aceptado en sus contextos- o por que al ser arreglados por personas que conocen a la futura pareja realmente se encuentran compatibilidad? ¿Cuál es el tiempo adecuado de ser pareja antes de formalizar? ¿Qué ventajas o desventajas ofrece vivir juntos antes de formalizar?, y otras mil cosas. Nuestra obvia conclusión es que no hay una fórmula correcta, que cada pareja tendrá dinámicas distintas de acuerdo a sus integrantes, sus precedentes y sus expectativas.
Pero me dejó reflexionando un par de noches ¿Yo cómo pareja qué dinámica propongo, qué efecto tienen mis antecedentes, qué espero? Lo he pensado mucho, y no por que guste de fantasear o torturarme con escenarios, sino por que sólo contestando este tipo de preguntas es como podemos evitarnos lecciones a costa de malos ratos, por qué sólo al conocernos a nosotros mismos podemos identificar nuestras necesidades, expectativas y aspectos pendientes por atender, partiendo de ello podemos construir y mantener una relación amorosa saludable.
Pero me dejó reflexionando un par de noches ¿Yo cómo pareja qué dinámica propongo, qué efecto tienen mis antecedentes, qué espero? Lo he pensado mucho, y no por que guste de fantasear o torturarme con escenarios, sino por que sólo contestando este tipo de preguntas es como podemos evitarnos lecciones a costa de malos ratos, por qué sólo al conocernos a nosotros mismos podemos identificar nuestras necesidades, expectativas y aspectos pendientes por atender, partiendo de ello podemos construir y mantener una relación amorosa saludable.
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Ilustración: Puuung |